viernes, 10 de septiembre de 2010

HERMAN J. MANKIEWICZ Y HARRY COHN

       Harry Cohn                      Herman J. Mankiewicz

Herman J. Mankiewicz, junto a Ben Hecht y Robert Riskin, es uno de los principales guionístas en los comienzos del cine sonoro en los EEUU.  Comenzó como periodista, transladándose a Hollywood para escribir los intertítulos de las películas mudas de la Paramount Pictures.  Al llegar el sonido al cine, las películas necesitaban de diálogos interminables para acompañar a los visuales inicialmente estáticos, y la destreza verbal de Mankiewicz (y la de sus camaradas periodistas que él convenció para que emigraran a Hollywood), a la vez elegante y callejera, fue la perfecta para plasmar el lenguaje del proletariado durante la gran depresión económica de los años 30.  Era un alcohólico y su cinísmo natural le impedía tomar en serio la "profesión" de guionista o de productor asociado.  Por tal razón se desconoce realmente la cantidad exacta de películas que escribió o de las que fue colaborador, y aquellas que se le acreditan, con excepción de un puñado, son trabajos menores ahora olvidados.  Su gran contribución al cine fue la de co-escritor junto a Orson Welles para "El Ciudadano" ("Citizen Kane"). 

***

El incidente más famoso en el salón comedor de Columbia [Pictures] fue en relación a un genio errático llamado Herman J. Mankiewicz. ... El irresponsable mundo del periodismo le era más afín a su temperamento que el de Hollywood. Poseía dos defectos que eran perniciosos en los autocráticos dominios de los estudios: bebía y era despectivo hacia los que lo empleaban. 

Ambas facultades lo derrumbaron de su posición como guionista de importancia y tuvo dificultades en encontrar trabajo. Su agente, Charles Feldman, lo propuso para un puesto en Columbia. Harry Cohn [presidente de Columbia Pictures] estaba interesado pues disfrutaba de recoger talento barato desechado por los otros estudios. ... Cohn acordó en emplearlo por $750 semanales. 

Al presentarse a trabajar, Mankiewicz le dijo a William Perlberg, en ese entonces productor ejecutivo de Columbia, “Quiero hacer buen trabajo.” 

“Muy bien,” le dijo el productor... “Pero ... no entres al comedor para ejecutivos. Tu bien sabes lo que va a suceder si te enredas en un lío con Cohn.” 

Mankiewicz estuvo de acuerdo ... Su ética de trabajo era ejemplar y producía muchas páginas a diario. Pero... su oficina estaba en el tercer piso, aledaña a la puerta del comedor para ejecutivos. Mientras Riskin, Swerling, y otros colegas emergían del comedor luego de almorzar, él los oía reirse sobre los chistes y ocurrencias que se habían contado adentro. Mankiewicz era considerado como uno de los más destacados  humoristas y "raconteurs" de Hollywood y ardía de resentimiento por su destierro. 

Un día Perlberg entró al comedor y se sobresaltó al ver a Mankiewicz sentado en un extremo de la mesa. Mankiewicz se sujetó una servilleta frente a la boca, prometiendo, “No diré una palabra.” 

Cuando Cohn entró al comedor le dió un saludo cordial a Mankiewicz y luego asumió su monárquica posición en la cabecera de la mesa. 

Cohn inició la conversación: “Anoche vi la peor película yo haya visto en años."

Mencionó el título de la película y uno de los más valiente de sus productores dijo: “Vaya, si yo ví esa película en el Downtown Paramount y la audiencia estaba aullando de la risa. Quizás la tenías que ver con una audiencia.”

“Eso no tiene nada que ver”, replicó Cohn. “Cuando estoy solo en el cuarto de proyección tengo un dispositivo infalible para juzgar si una película es buena o mala. Si mis pompis se retuercen, es mala. Si mis pompis no se retuercen, es buena. Es tan sencillo como eso.”

Hubo un silencio pasajero, llenado por Mankiewicz al extremo opuesto de la mesa: “¡Imagínense - el mundo entero alambrado al culo de Harry Cohn!”

Fragmento del libro
King Cohn, The life and times of Harry Cohn
por Bob Thomas

 ***

The most famous incident in the Columbia dining room concerned an erratic genius named Herman J. Mankiewicz…. The freewheeling world of journalism seemed better suited to his temperament than did Hollywood. He possessed two failings that were inimical to the autocratic studio domains: he drank, and he was scornful of his bosses.

These faculties tumbled him from the position of a major screenwriter, and he had difficulty finding jobs. His agent, Charles Feldman, proposed a post at Columbia. Cohn was interested, since he enjoyed hiring bargain talent discarded by the major studios. … Cohn agreed to employ him at $750 a week.

“I want to make good,” said Mankiewicz when he reported to William Perlberg, then Columbia’s executive producer.

“Fine,” said the producer. … “But … don’t go in the executive dining room. You know what will happen if you tangle with Cohn.”

Mankiewicz concurred. … His work habits were exemplary, and he produced many pages a day. But … his office was on the third floor, near the door to the executive dining room. As Riskin, Swerling, and other fellow-writers emerged after lunch, he could hear them laughing over wisecracks and jokes that had been told inside. Mankiewicz himself was considered one of Hollywood’s premier wits and raconteurs, and he rankled over his banishment.

One day Perlberg entered the dining room and was startled to find Mankiewicz sitting at the end of the table. The writer held a napkin to his mouth and promised, “I won’t say a word.”

When Cohn entered the room, he gave Mankiewicz a warm greeting, then assumed his monarchial position at the head of the table.

Cohn began the conversation: “Last night I saw the lousiest picture I’ve seen in years.”

He mentioned the title, and one of the more courageous of his producers spoke up: “Why, I saw that picture at the Downtown Paramount, and the audience howled over it. Maybe you should have seen it with an audience.”

“That doesn’t make any difference,” Cohn replied. “When I’m alone in a projection room, I have a foolproof device for judging whether a picture is good or bad. If my fanny squirms, it’s bad. If my fanny doesn’t squirm, it’s good. It’s as simple as that.

There was a momentary silence, which was filled by Mankiewicz at the end of the table: “Imagine—the whole world wired to Harry Cohn’s ass!”

Excerpt from
King Cohn, The life and times of Harry Cohn
by Bob Thomas.



(Traducción al español por M.E.B.)

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